miércoles, 17 de febrero de 2016

Cuento de María

Estaba leyendo un pequeño libro que encontré en la vieja y polvorienta estantería, trataba sobre seres mágicos e historias de fantasía, comencé sobre media tarde y cuando me quise dar cuenta, ya era la hora de cenar. Mi madre me llamó para bajar a poner la mesa, me levanté de la silla de madera y de repente, la puerta no se abría, mi corazón empezó a latir a más velocidad pensando que no saldría de ahí y mi madre me echaría una buena regañina. De pronto, escuché una risita aguda dentro del armario, confusa me acerqué a este abriéndolo lentamente, pero no había nada. Cuando me giré para volver a intentar abrir la puerta, esta ya estaba abierta, me sobresalté cuando vi correr a una pequeña criatura por el pasillo y bajar a la puerta de estar. Le perseguí tratando de encontrarle cuando mi hermano, Rubén, se puso por en medio con un par de coches de juguete en las manos. Resoplé sabiendo la pregunta que venía a continuación. — ¿Juegas conmigo? — Dijo con un tono de pena y poniendo esos típicos ojos para convencerme, miré hacia los lados volviendo a escuchar esa risa, mordí mi labio inferior. — Rubén, ahora no puedo, se me ha olvidado la chaqueta en los columpios, ve a ver la televisión — Dije poniendo una tonta excusa y cogiéndole por las axilas, poniéndolo a un lado del pasillo para pasar, corriendo hacia la puerta y abriéndola. Ya eran las nueve de la noche y se empezaba a notar, a pesar de estar casi en verano, se levantaba un poco de viento y una rebeca no habría venido nada mal. Me quité los mechones de pelo que tenía repartidos por la cara y miré hacia el extenso campo que estaba frente a mi. — Esto de estar completamente alejada de la civilización a veces da miedo — Susurré y al momento suspiré pensando que todo lo que había visto y oído eran nada más que imaginaciones mías. — ¡En la hora que leí ese libro, siempre me pasa igual! — Refunfuñé cruzándome de brazos y mirando hacía el sofá de mi abuelo. Sonreí tristemente recordando cada momento que pasé ahí sentada con él leyendo cuentos de princesas y cantando viejas canciones, y ahora estaba tumbado en una cama, justo en el piso de arriba al lado de mi habitación, con una odiosa enfermedad que se lo iba llevando lentamente. La odio desde que tengo memoria, desde que se llevó a mi bisabuelo, sin duda el Alzheimer era una de las peores cosas que me habían pasado en la infancia y ahora, en la adolescencia. Y de nuevo, escuché esa risa sacándome de mi trance, comenzaba a ponerme nerviosa y tan solo quería ver si era real o tan solo producto de mi mente enamorada de Harry Potter y todo tipo de historias fantásticas y mitológicas. Algo comenzó a tocarme el tobillo, como pequeños pellizcos que ni siquiera dolían, hacían cosquillas. Miré hacia abajo y pegué un rebote cuando vi a una pequeña criatura agarrada a mi pierna, tenía un gorrito puntiagudo y larga barba, la nariz de color rojo y ojos brillantes, mientras que su sonrisa llegaba hasta sus orejas. En ese momento no sabía qué hacer, solo pensaba en que me había vuelto completamente loca, cerré los ojos contando hasta cinco lentamente para volver a abrirlos. ¡Eso seguía ahí! Ahora sentado en el suelo de madera, con los brazos cruzados y una mueca graciosa. Miré hacia todos los sitios procurando que nadie viniera, todos estaban en la cocina hablando sobre fútbol y las buenas notas que había sacado mi hermano. Rodé los ojos y me agaché hacia ese.. ¿Duende? ¿Elfo? ¿Enano? Realmente no sabía bien lo que era. — Hola — Dije medio susurrando para que mi familia no creyera que hablaba sola y necesitara un manicomio. — ¡Hola! — Su voz, realmente aguda, más que la de un niño de tres años, hizo que me sobresaltara, cayendo de culo al suelo y dándome un buen porretazo, él, volvió a reír, pero su risa ya no me provocaba molestia, si no que se me contagiaba. Sonreí y le estreché el dedo, que aún así era más grande que él. Lo cogió y lo sacudió en forma de saludo amistoso. — ¿Cómo te llamas? ¿Qué haces aquí? — Pregunté curiosa y poniendo mi mano para que subiera en ella, algo que hizo sin pensar. Lo acerqué a mi cara y apoyé mi barbilla en la otra mano examinando atentamente al duendecillo. — La gente de los pueblos suele llamarme enemiguillo o diminuto, he venido porque algo me dijo que aquí vivía un hombre quien está perdiendo la memoria — Dijo mirando hacia el salón, donde se encontraba mi abuelo jugando a las cartas con mi tío. — Una de mis labores es hacer que personas que están perdiendo su memoria vuelvan a recuperarla — Asentí, sonriendo, a lo que él se sonrojó y jugó con sus pequeñas manos, al contrario que sus pies, los cuales eran más grandes. — ¿Cómo lo haces? Mi abuelo está muy enfermo, he visto día a día como un hombre fuerte y feliz se iba convirtiendo a un hombre débil y triste. — Enemiguillo, mirando hacia abajo asintió dando la impresión de que sabía muy bien como se pasaba, cuando volvió a mirarme, el brillo se había ido de sus ojos — ¡Pero no te pongas triste! Estoy segura de que podrás curarle. — Confía en mi, necesito la confianza de al menos un familiar, y tú, quien te ves muy buena chica, estoy segura de que lo harás sin problema. — Claro que confío en ti, sin duda, he leído un montón de cosas sobre todo tipo de duendes, de los malos y de los buenos, de los que hacen el bien y de los que hacen trastadas, y estoy segura de haberte visto en el artículo de los duendes que hacen el bien — Reí levemente, él también lo hizo con su ahora alegre risa y bajó de un salto al suelo colocando las botellas que llevaba en una pequeña tela abrochada a la cintura. — Ahora que tu tío se ha ido podemos aprovechar, solo tengo que echar estas pociones curativas sobre su frente, normalmente suelo hacerlo cuando duermen, pero creo que tu podrás hacerlo. Solo moja tus dedos con estos líquidos y échalos en su frente, y en unos segundos todo volverá a como cuando no tenía esa enfermedad, y claramente, nunca más la sufrirá. — ¡De acuerdo! Pásame eso — Enemiguillo, o Guillo como me dijo que le llamara, me echó 5 líquidos de un color distinto en cada dedo, tarareando una bonita canción la cual nunca había escuchado Me levanté cuidadosamente acercándome al sillón de cuero negro y mirando a mi abuelo, nerviosa. Aunque le había dicho al duendecillo que confiaba en él, había una pizca de mi que intentaba buscar el significado lógico a todo esto, pero no lo encontraba. Sin pensármelo me acerqué y le toqué la frente mojándole un poco con esa cosa, él me miró confundido. — Es una colonia que me ha dicho el tío que te enseñara, dicen que si la echas en la frente olerás mejor — Dije la excusa más tonta que había dicho en toda mi vida, hasta cuando suspendí matemáticas en primero de primaria y le dije a mi madre que un niño me había roto el examen antes de dárselo a la profesora. Mi abuelo sonrió y yo me volví a alejar para ir con Guillo, él me miró triste y por un momento mi corazón pareció dar un vuelvo dentro de mi. — No has confiado plenamente, así que las pociones no han hecho efecto. Tienes que creer en ti misma, creer en el mundo de la magia, aunque sea complicado — Su voz se había vuelto un poco más ronca y sus ojos parecían estar negros del todo, ahora sí que estaba asustada. Él cogió mi mano y de repente todo se volvió oscuro, pero sentía que seguía viva, aunque en un trance. De pronto, un bosque lleno de colores y luces apareció frente a mis ojos, cientos de tipos de flores ocupaban el lugar, de todas las formas y todos los tamaños. Una sensación extraña recorrió mi cuerpo e hizo que se me erizara la piel, los sonidos de los animales me retumbaban en los oídos, pero no eran molestos, si no como cantos angelicales tratando de exhibirse. Miré a Guillo, quien ahora tenía una piel más clara, una sonrisa más grande y unos ojos más claros, como si entrar en su mundo le diera aún más vida. — Bienvenida, esta, como ves, es mi tierra, la tierra de los duendes y elfos. Aquí encontrarás a todos los tipos de criaturas que has leído en los libros y más, aquí es donde se desata tu imaginación, el deseo de cuando eras niña, la ilusión de cuando veías películas de fantasía deseando estar ahí. — ¿Por qué me traes aquí? — Pregunté. Aunque seguía admirando en maravilloso lugar, en el que parecía ser de noche, ya que lo único que alumbraba los caminos eran aquellas flores de varios colores, desde amarillo hasta azul, desde azul hasta verde, desde verde a rojo y desde rojo a morado. Las cuales se reflejaban en mis ojos como si mil fuegos artificiales explotaran frente a ellos. — Quiero que veas que la magia existe, que nosotros — Dijo señalándose a sí mismo y al paisaje donde se veían andando a más hombrecitos cargando leña o fruta — existimos, que aunque vivamos en lugares escondidos del ojo humano, en lugares donde una persona nunca miraría, seguimos ahí, vigilando y ayudando a quien lo necesita, como a ti. Sonreí y noté como un sentimiento de confianza ocupaba completamente mi corazón, Guillo, quien pareció notarlo, apretó mi mano levemente y asintió convencido. — Confío en ti Eva — Dijo más resplandeciente de lo normal. Le miré sin parpadear por un momento. — ¿Cómo sabes mi nombre? — Dije aún sorprendida, no recordaba haber mencionado mi nombre en ninguna ocasión. Me guiñó un ojo y sonrió. — Yo lo sé todo, por eso soy una criatura mágica — Dio dos golpecitos en mi dedo índice y soltó mi mano, en un segundo volvimos a aparecer en la puerta principal de mi casa. Pegué un salto cuando encontré a Guillo en mi hombro, señalando a mi abuelo quien yacía dormido en el sofá — Es tu oportunidad. Asentí muy segura de mí misma y me volví a echar esa poción en mi dedo, justo donde Guillo dio esos dos golpecitos. Sentí un cosquilleo e ignorándolo me acerqué a mi abuelo, sin dudarlo exparcí el líquido por su frente y di un leve beso sin despertarle, me volví corriendo hacia el duendecillo, quién reía alegremente y daba saltos sobre el viejo suelo de madera. — Te dije que podías hacerlo, te dije que confiaras y lo has logrado Eva, ahora tu abuelo está sano, y todo gracias a ti, por no encerrarte en tu mundo y dar oportunidad a nuevas cosas, como yo y como todos los duendes. Asentí intentando ocultar la emoción y Guillo estrechó mi mano dando un suave beso, sonreí a lo que él respondió con una risilla aguda, de pronto, su imagen comenzó a desvanecerse y antes de desaparecer dijo: — Pronto volveré y visitaremos juntos mi mundo, pero a pesar de todo lo que pueda pasarte a lo largo de este tiempo, confía en ti misma, sé fuerte y afrenta las cosas para ser feliz. Nunca lo olvides. Nunca lo olvidaré, pensé para mí misma. Y Guillo desapareció, dejando unos pétalos de rosa en la punta de mis zapatos.

miércoles, 10 de febrero de 2016

**COMO EN BENGALA** Vuelven a ser invisibles, a petición de Yolanda. Ella nunca creyó las historias de Kipling, tan condescendiente con los colonizadores con la categoría de sires e ingleses para mayor renombre. Así que, recelosa, obligó a su amiga a retirarse en el transcurso de una conquista segura, asegurando que siguiendo su costumbre inveterada no dejarían indígena viva. De indómita belleza anglosajona vigilaron su seductor enredo, se acercaron sigilosos al oído de unas nenas mitad barbie mitad choni, y, hecho el plan, con ellas se marcharon. -¡Ay, tonta, con lo buenos que estaban! ¡Qué poco provecho a tanta literatura!-abronca Laura con carita frustrada.
El fantasma se había acostumbrado a mí, ya no nos asustábamos. La Noche de Reyes mis padres prepararon el anís, los dulces y el agua para Melchor, Gaspar y Baltasar. Al día siguiente las copas y platitos estaban vacíos. Eché de menos a mi fantasma desde ese día, de adulto tuve una fascinante facilidad para convivir con mil fantasmas. Nunca como el original.
Esta Navidad mi madre me leyó La Cerillera, tras la lectura mis ojos se convirtieron en fuente para velar la triste imagen y no volver a verla nunca más porque dañaba. Salí a la calle a por el pan y llené mi casa de niños que tenían frío. Mi madre me miró con su mirada cálida: vamos a llevarlos a sus casas.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hormigas de color El virus de la ciudad, hormigas verdes mutantes sobre los edificios de cartón. Al menos ponían color a la ciudad. Si esas hormigas hicieran eso por caerse en un cubo de pintura verde y rebozarse en el musgo, ¿qué pasaría si hiciéramos lo mismo con las otras hormigas? Podríamos meter hormigas azules en nubes, las rosas podrían sumergirse en algodón de azúcar, las amarillas en arena... ¡Llenaríamos el mundo de color!

martes, 24 de noviembre de 2015

Hambre Tenía manchas de hollín y de suciedad por toda la cara y es que aquel joven de apenas quince años estaba hambriento y tratando de hallar algo que llevarse a la boca, no se le ocurrió mejor idea que deslizarse por aquella vieja chimenea. Notaba que sus piernas no lo sostenían y se le nublaban los ojos, mas de pronto llegó a la cocina y se apresuró a coger lo primero que vio, un pato enorme asado. La mesa estaba puesta y tomó un poco de sopa y algo de pan. Después se fue corriendo antes de que lo descubrieran. Autor: Fran (2º A)

lunes, 9 de noviembre de 2015

Microrrelato nº 1 Cofres de recuerdos: Vuelven a dejarlos debajo de sus camas, un cofre en cada una, con el nombre grabado de cada niño. Y dentro de los pequeños cofres de madera, un recuerdo, un objeto tan significante, importante e indispensable de cada uno de ellos. Quién sabe, quizás, algún día, los abran de nuevo y se acuerden como la primera vez que los abrieron.